LA CHICA TRISTE

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El mundo está infestado de hijos de puta. La ciudad de Nueva York sería, sin duda, «la zona cero» de esta pandemia. Todos son unos hijos de puta.
La mecánica naturalidad con la que todos se despojan de sus cualidades humanas para vestirse con inanimadas máscaras de hierro [¿palacio?], corbatas, abrigos y camisas de diseñadores que ni siquiera puedo pronunciar o recordar.
Si sobrevives lo suficiente dentro de esta jungla, te conviertes en uno de esos hijos de puta; créanme.
Me encuentro aquí, Central Park West, Nueva York, observando cómo un paisano intenta detener a aquellas costosas locomotoras bípedas, que ignoran sus suplicantes ojos vidriosos, en busca de compasión, de instrucciones:
-ser ser, (¿)sentral estéishon?
Continúo observándolo; sin remordimiento, sin compasión alguna que haga que me levante de la banca en donde me encuentro descansando. Supongo que me he convertido en un hijo de puta. Intento llegar a la encrucijada de querer ayudarlo; para ayudarme a mí, claro está. Ayudarlo para yo poder sentir «algo»… de nuevo. ¿Cuándo fue la última vez que lloraste, que sonreíste, que sentiste? Sí, probablemente le hubiera ayudado, si no es que ella me interrumpe.
El otoño viste de funesta sensualidad el parque, mi lugar favorito, Central Park. La decadente falta de vida pinta el escenario perfecto para observar la muerte desde un cómodo lugar; amarillo, rojo, café: el funeral más bello al que he asistido, hasta ahora.
Me encuentro comiendo mi lunch y leyendo, o escribiendo esta burbuja… Es difícil elaborar un juicio acerca de lo que sucede a través de un par de licuadas neuronas, resultado del intenso ritmo de cámara y acción de la New York Film Academy. Pero sé que me encuentro aquí, masticando y ejecutando otra actividad. Observándola, eso es. Olvidé por completo al paisano y, ahora, la observo a ella. Sólo a ella.
<<El contraste incrementa la intensidad visual>>. Ahí está ella, una criatura de contrastante belleza, sentada en mi parque. Sus hermosos ojos verdes-al-rato-serán-grises permanecen inmóviles, con la mirada perdida dentro de aquel ‘en medio’ que nos separa. Tres o cuatro metros, por lo menos. Es demasiada la distancia entre los dos como para calcular en qué punto de aquella nada, se encuentra anclada su mirada, abrazada a su pensamiento. Shh, es un funeral. Perdón.
Es australiana. Lo sé porque cuando me preguntó si quería irme a la cama con ella, el excitante acento de Sidney hizo más difícil el decirle que no. <<No>>.
En realidad, sólo me preguntó si tenía un encendedor. <<No fumo>>. Eso bastó para establecer la conexión. Eso y su deslumbrante cabellera rubia; sus rosadas mejillas que hacían perfecta la composición dentro del encuadre en el que también se encontraban sus labios-muérdelos-con-cariño; el fantástico calor de su piel, su hermosa piel bautizada por la brisa de aquella bahía, por las cenizas de la fogata a la orilla de aquella playa, su playa, y que ahora se encuentra rozando mi piel, sobre la más delgada y frágil línea de mi imaginación. Shh. Cuidado. Puedo perder el equilibrio.
Pero lo mejor eran sus ojos, y no por la evidente belleza genética que proyectaban, si no por la desconcertante tristeza que transmitían.
Esta ciudad está infestada de locos. Yo soy un loco. Ella también lo es; de la nada se levantó de la banca en la que estaba sentada, se acercó y me besó en la mejilla: bahía y cenizas. Desapareció al final de la infinita Central Park West, donde el paisano también lloraba.
Aquel beso me ofreció el mejor regalo que he recibido en esta ciudad: tristeza y nostalgia. Ella se esta muriendo por dentro, aquella esbelta silueta australiana contiene una terrible pena. ¿Cuál?, no sé y no me interesa. Lo importante es entregarme por completo a esta terrible sensación que recorre mi cuerpo, estremeciéndolo; lágrimas inyectadas de recuerdos fragmentados, caras familiares, risas y sonrisas pueriles; caricias y sexo tormentoso, sexo virginal; promesas que penden de ganchos, como animales muertos; todos ellos mezclándose y arañándose dentro de aquellos prismas que proyectan emociones cuasi perdidas sobre mi mejilla: snif snif.
La encantadora melancolía llenó de energía mi cuerpo, nuevamente. Soy yo de nuevo. Gracias, hermosa chica triste de Australia. Gracias.
Mi tiempo para el lunch ha terminado. Tengo que regresar a la locación; después de todo, ¡yo soy el puto director!
-Disculpe, señor, ¿habla español?
-Sí.
-Ah, bendito sea el cielo. ¿Sabe cómo puedo llegar a grand sentral estéishon?
¡Claro! Todo derecho hasta la 59, Columbus Circle; toma la línea azul, Downtown, el A o C hasta la 42; una vez ahí, toma el Shuttle, la «S» en un círculo gris, ese lo lleva derechito a Grand Central Station, es la última parada. De nada. Mire…, tome. Como no, ándele, hombre. De nada, está bien. Suerte...
-No.
O.k., guys. Everbody back to one! Picture’s up! Is camera ready? Camera set. Roll camera. Camera speed. And…
-Action!

4 comentarios en “LA CHICA TRISTE

  1. Muy bueno, me hizo desear ser la chica triste de Central Park quien sin saberlo acaso o fingiendo no saber desperto tantas emociones en ti. Porque las mujeres en la mayoria de los casos intuimos el deseo.

  2. Por tercera vez, y es la vencida.
    La receta es primero poener la canción y luego leer.
    La conjunción puede resultar conmovedora.
    Excelente!

  3. Un monstruo. Una más de entre los miles que habitan en la enorme, impactante, cruel y envidiosa Manhattan. Cuando llegué aquí me prometí no convertirme en ese monstruo, me prometí conservar el espíritu de niña de 19 años inocente, con ganas de solucionar y cambiar el mundo, empezando por la manzana más feroz de la tierra. Me lo prometí. Pero, desgraciadamente, algunas veces, el ritmo de este lugar te hace perder el objetivo principal, y empiezas a dudar de ti misma. Sin embargo, mi personalidad es mucho más fuerte de lo que me podía imaginar, y, aunque a veces tambalee un poco, mi objetivo pisando NYC, mi objetivo viniendo al centro del mundo donde todo lo que se tiene que cocer se cuece…sigue siendo el de repartir la magia al mundo. Y ahora te preguntarás, por qué esta chica me va a decir ahora todo este rollo? No lo sé Ben, te dije que te comentaría este relato y te he escrito todo lo que iba saliendo de mi cabeza tras haber leído tus ficciones (que, por cierto, el título me recuerda taaanto a Borges :D) puesto que, de alguna forma, debemos sentir alguna conexión…dos latinos que se han encontrado en medio de la singularidad de Manhattan, en una escuela de cine en la que te exigen en 200%, con ganas de volar, de…escalar…puede que esté soñando demasiado, pero a todo esto lo que te quiero decir es que siento una fuerte conexión al leer o al mirar tus trabajos, me pareces magnífico. Tienes una sensibilidad en la que me encantaría profundizar mucho más de vez en cuando, mucho más de lo que puedo hacerlo cuando estamos en la escuela y el ambiente no acompaña demasiado a saber qué es lo que, realment, cada uno tiene en su cabeza. Subtext.

    Tu compañera y amiga,
    Eva

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