Helen (Primera Parte)

PRIMERA PARTE.

        Con un ojo abierto a medias, observé cómo esta susodicha Helen se ponía mi playera favorita de los Rolling Stones o tal vez era suya… y dijo algo así como que debía de usar menos desodorante, mancha los sobacos… al mismo tiempo que buscaba sus pantalones negros. Intenté encender mi cerebro pero era imposible, los circuitos seguían fundidos, un cortowhiskeycircuito. Esta Helen me dijo que me dejó una cerveza mexicana en el refrigerador y que me veía al rato. «A las ocho. Sabes, creo que vamos a ser muy felices.»
        ¿Quién chingados es esta mujer?
Helen Rolling Stones

        Un hombre muy sabio me dijo que para alcanzar la felicidad hay que encontrar a nuestra otra mitad. Matrimonio. Ese hombre casi muere de un infarto. Después, un hombre aún más sabio me dijo que «para qué te divorcias, lo mejor es una relación abierta». Unión libre. Ese hombre casi muere de celos. Uno más cabrón me dijo que «para qué la quieres sólo para ti, lo mejor es conseguir el amor sincero». Prostitutas. Ese hombre no estuvo cerca de la muerte pero sí gritaba de vez en cuando cada vez que orinaba. Continúa leyendo Helen (Primera Parte)

Llegando tarde

The Bar.

El bar, al cual protegeremos de todos ustedes bajo el nombre de «Bar», se encuentra entremetido en la Primera Avenida del East Village. Uno no se topa con él. Él los escoge y los llama. Nos llama. Una vez que se entra jamás se sale.

Un madero viscoso, serpenteante, se aprovecha como barra. Adhiriendo permanentemente a ella los abatidos espíritus, y sueños decantados, de subnormales que se aferran a la vida mediante un combo especial: <<Scheaffer y un shot de whiskey>>, por tan solo 4 dólares.

Cada vez que uno de los del club subnormal entra, y cruza a través de aquel umbral, escapando de la luminosidad en que se encuentra bañada la Primera Avenida, el cálido seno de la penumbra los amamanta. Por siempre. Los habitantes de aquella lúgubre barra dan la bienvenida a sus conocidos (¿cocidos?), balbuceando el nombre del subnormal en cuestión. Aplausos. Celebran saberlos vivos, supongo. Yo también me aplaudiría; en el espejo, cada mañana.

Entré tambaleándome cual pistolero del viejo Oeste herido durante el duelo. Bob me saludó con su deformado aliento: «Hmm». Lenguaje de un obeso camionero retirado. Prosigo mi atropellado andar. Busco con una de mis múltiples miradas a algún conocido detrás de la barra. La misma miserable persona se encuentra al otro lado: mi borroso e inclemente reflejo de toda la vida: estoy hinchado en alcohol. Esta vez visto camisa de franela a cuadros. Rojos y negros.

Los mismos culos gordos y fofos flanqueándome por la izquierda. Las subnormales nucas escoltan mi procesión, y me llaman. «Qué pedo, Ben». Increíble pero llego al final de la barra.

Ella; una rubia oxigenada, americana, de finas proporciones sexuales (la tanga a la vista), se encuentra ahí, esperándome súper mega encabronada, al final de la barra. Siempre he tenido la percepción de que todo en el mundo sucede al final de la barra. O debería.

Mi abuela me aconsejó, tiempo atrás, sobre las mujeres. «Nunca las llames gordas; nunca se las metas por el culo sin al final decirles ‘te quiero’; y nunca de los nuncas, las hagas esperar».

Bueno, pues le hice todas las anteriores a esta mega encabronada rubia que me esta esperando, al final de la barra. Así que ahí estaba yo, espectralmente pedo, vestido como un payaso de rodeo grunge, sin espada, sin trago, sin pluma: sin esperanza alguna [«…but te next drink». Malcom Lowry].

Megaencabronamiento vestía un top beige, mini falda de mezclilla y tanga blanca de sensual encaje, como descubriría más adelante, pero relatada mucho antes.

Al día siguiente, me cuentan que hubo un derechazo prolongado por parte de la rubia.

Eso explicaría el cómo de pronto me encuentro con la cabeza volteada hacia mi derecha, hacia el muro desnudo de tabique. Cuando recompongo mi cabeza hacia el frente, hacia donde sus ojos azules me miran con od¡HIJO DE LA CHINGADA! ¿CREES QUE ME PUEDES COGER POR EL CULO Y LARGARTE ASI COMO ASI?

-Ey, nena, no grites. No hay necesidad que todos se enteren de nuestro pasado. Seize the day, mi captain my captain.

Me encontraba mirando la pared de ladrillo, nuevamente. Esta vez cuando recompuse mi postura, mi mejilla izquierda lloraba auxilio con rojiza exasperación. Megaencabronada me había recetado uno titánico, otra vez. Megaencabronada seguía… encabronada.

Su cálida bienvenida me hizo pensar que, tal vez, era del sureste de algún lado de poray…; de padres abogados, católicos. Es (una) virgen, pensé. Así que le pregunté.

-¿De qué chingada madre estas hablando, puteque de mierda?

Sí. Virgen. Una virgen santa.

-Mira, cabrón. ¡Mírate! [me miro, ji ji jijiji], pareces un pinche vago. De saber que te presentarías así, pedo, en estas fachas, no me hubiera molestado en arreglarme|

INT. Bar – NOCHE.

Benjamín respira, aún, con mucho trabajo; voltea y mira directamente a cámara.

BENJAMIN

(disfrutando del momento)

Ella tiene razón.

|para ti. ¡Puto!

Les voy a decir algo. Extraño a mi abuela; fue la que más me ha enseñado sobre la vida: se murió. Después de un suceso como aquel, ¿qué se puede anhelar cuando se tiene 12 años de edad? Bueno, ¿en qué estábamos? Cierto, le dije que aguantara.

-Mira, nena; te amo. Tu. Y. Yo. Tu y yo… somos uno mismo, <<uo uo, u-o u-o>>.

Megaencabronada me mira de reojo.

-Aw, nene, eres tan romántico. Todo un poeta. Mi poeta.

Notanencabronadaahora me daba de comer en la boca. En la boquita. No sin antes haber confirmado mi declaración de amor. Su palma derecha buscaba que respaldara con empalmado entusiasmo mis palabras. Sólo encontró un lánguido intento de <<dame tantito chance ya merito>>.

Rulo. ¿Qué será del Rulo? No sé si tenía 15 o 60 cuando lo conocí. 15 o 60 días de pedo, me refiero. El tendría treinta y ocho años, sostenidos por un espíritu quinceañero. Lo último que supe de él es que se comprometió con el mar, en aquella playa, de hecho, en la que nos conocimos. <<Qué más le pides a esta pinche vida, mi Benja>>, me dijo al calor de la tercera botella de ron. <<Roncito>>. <<Pus unas viejas, cabrón>>, le contesté. Las consiguió. Y aquella noche nos hinchamos de alcohol, embriagándonos con el salino aliento de la piel de miles de sirenas, o, tal vez era sólo una. Mujer de ojos miel.

A la mañana siguiente, a lo que creo eran las primeras olas del amanecer, la sirena, ahora convertida en simplemente Rosa de a ochenta pesos, intentaba despertar la hombría de Rulo con su serpenteante lengua y volcánico aliento. Eruptó y espetó: <<nena,… si lo… si lo logras levantar, ss todo tuyo>>. <<Wow>>, pensé.

Notanencabronada me metía pedazos de chicken and waffles a la boca con el mismo cariño de un leñador ciego y manco. <<Yummy>>. Sonreí por lo que pareció un minuto, o una vida entera, ¿quién está contando en realidad?.

Me desabrochó la camisa. Los subnormales aplaudieron y aullaron. ¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo! <<¡Auuuuu!>>.

La recosté en la barra (<<¡Auuu AUUU!>>) y le metí mi mano por debajo de su minifalda. Ahora, era ella quien aullaba…

No sé, y ni quiero saber. Lo único que se es que amo ese bar. Y aunque me he despertado en la esquina de Bleeker y Mercer sin cartera, sin llaves de mi casa, ¡sin mis lentes! <<Reputísimamadre>>… Aún así, les puedo decir una cosa: no tengo abuela.