Llegando tarde

The Bar.

El bar, al cual protegeremos de todos ustedes bajo el nombre de «Bar», se encuentra entremetido en la Primera Avenida del East Village. Uno no se topa con él. Él los escoge y los llama. Nos llama. Una vez que se entra jamás se sale.

Un madero viscoso, serpenteante, se aprovecha como barra. Adhiriendo permanentemente a ella los abatidos espíritus, y sueños decantados, de subnormales que se aferran a la vida mediante un combo especial: <<Scheaffer y un shot de whiskey>>, por tan solo 4 dólares.

Cada vez que uno de los del club subnormal entra, y cruza a través de aquel umbral, escapando de la luminosidad en que se encuentra bañada la Primera Avenida, el cálido seno de la penumbra los amamanta. Por siempre. Los habitantes de aquella lúgubre barra dan la bienvenida a sus conocidos (¿cocidos?), balbuceando el nombre del subnormal en cuestión. Aplausos. Celebran saberlos vivos, supongo. Yo también me aplaudiría; en el espejo, cada mañana.

Entré tambaleándome cual pistolero del viejo Oeste herido durante el duelo. Bob me saludó con su deformado aliento: «Hmm». Lenguaje de un obeso camionero retirado. Prosigo mi atropellado andar. Busco con una de mis múltiples miradas a algún conocido detrás de la barra. La misma miserable persona se encuentra al otro lado: mi borroso e inclemente reflejo de toda la vida: estoy hinchado en alcohol. Esta vez visto camisa de franela a cuadros. Rojos y negros.

Los mismos culos gordos y fofos flanqueándome por la izquierda. Las subnormales nucas escoltan mi procesión, y me llaman. «Qué pedo, Ben». Increíble pero llego al final de la barra.

Ella; una rubia oxigenada, americana, de finas proporciones sexuales (la tanga a la vista), se encuentra ahí, esperándome súper mega encabronada, al final de la barra. Siempre he tenido la percepción de que todo en el mundo sucede al final de la barra. O debería.

Mi abuela me aconsejó, tiempo atrás, sobre las mujeres. «Nunca las llames gordas; nunca se las metas por el culo sin al final decirles ‘te quiero’; y nunca de los nuncas, las hagas esperar».

Bueno, pues le hice todas las anteriores a esta mega encabronada rubia que me esta esperando, al final de la barra. Así que ahí estaba yo, espectralmente pedo, vestido como un payaso de rodeo grunge, sin espada, sin trago, sin pluma: sin esperanza alguna [«…but te next drink». Malcom Lowry].

Megaencabronamiento vestía un top beige, mini falda de mezclilla y tanga blanca de sensual encaje, como descubriría más adelante, pero relatada mucho antes.

Al día siguiente, me cuentan que hubo un derechazo prolongado por parte de la rubia.

Eso explicaría el cómo de pronto me encuentro con la cabeza volteada hacia mi derecha, hacia el muro desnudo de tabique. Cuando recompongo mi cabeza hacia el frente, hacia donde sus ojos azules me miran con od¡HIJO DE LA CHINGADA! ¿CREES QUE ME PUEDES COGER POR EL CULO Y LARGARTE ASI COMO ASI?

-Ey, nena, no grites. No hay necesidad que todos se enteren de nuestro pasado. Seize the day, mi captain my captain.

Me encontraba mirando la pared de ladrillo, nuevamente. Esta vez cuando recompuse mi postura, mi mejilla izquierda lloraba auxilio con rojiza exasperación. Megaencabronada me había recetado uno titánico, otra vez. Megaencabronada seguía… encabronada.

Su cálida bienvenida me hizo pensar que, tal vez, era del sureste de algún lado de poray…; de padres abogados, católicos. Es (una) virgen, pensé. Así que le pregunté.

-¿De qué chingada madre estas hablando, puteque de mierda?

Sí. Virgen. Una virgen santa.

-Mira, cabrón. ¡Mírate! [me miro, ji ji jijiji], pareces un pinche vago. De saber que te presentarías así, pedo, en estas fachas, no me hubiera molestado en arreglarme|

INT. Bar – NOCHE.

Benjamín respira, aún, con mucho trabajo; voltea y mira directamente a cámara.

BENJAMIN

(disfrutando del momento)

Ella tiene razón.

|para ti. ¡Puto!

Les voy a decir algo. Extraño a mi abuela; fue la que más me ha enseñado sobre la vida: se murió. Después de un suceso como aquel, ¿qué se puede anhelar cuando se tiene 12 años de edad? Bueno, ¿en qué estábamos? Cierto, le dije que aguantara.

-Mira, nena; te amo. Tu. Y. Yo. Tu y yo… somos uno mismo, <<uo uo, u-o u-o>>.

Megaencabronada me mira de reojo.

-Aw, nene, eres tan romántico. Todo un poeta. Mi poeta.

Notanencabronadaahora me daba de comer en la boca. En la boquita. No sin antes haber confirmado mi declaración de amor. Su palma derecha buscaba que respaldara con empalmado entusiasmo mis palabras. Sólo encontró un lánguido intento de <<dame tantito chance ya merito>>.

Rulo. ¿Qué será del Rulo? No sé si tenía 15 o 60 cuando lo conocí. 15 o 60 días de pedo, me refiero. El tendría treinta y ocho años, sostenidos por un espíritu quinceañero. Lo último que supe de él es que se comprometió con el mar, en aquella playa, de hecho, en la que nos conocimos. <<Qué más le pides a esta pinche vida, mi Benja>>, me dijo al calor de la tercera botella de ron. <<Roncito>>. <<Pus unas viejas, cabrón>>, le contesté. Las consiguió. Y aquella noche nos hinchamos de alcohol, embriagándonos con el salino aliento de la piel de miles de sirenas, o, tal vez era sólo una. Mujer de ojos miel.

A la mañana siguiente, a lo que creo eran las primeras olas del amanecer, la sirena, ahora convertida en simplemente Rosa de a ochenta pesos, intentaba despertar la hombría de Rulo con su serpenteante lengua y volcánico aliento. Eruptó y espetó: <<nena,… si lo… si lo logras levantar, ss todo tuyo>>. <<Wow>>, pensé.

Notanencabronada me metía pedazos de chicken and waffles a la boca con el mismo cariño de un leñador ciego y manco. <<Yummy>>. Sonreí por lo que pareció un minuto, o una vida entera, ¿quién está contando en realidad?.

Me desabrochó la camisa. Los subnormales aplaudieron y aullaron. ¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo! <<¡Auuuuu!>>.

La recosté en la barra (<<¡Auuu AUUU!>>) y le metí mi mano por debajo de su minifalda. Ahora, era ella quien aullaba…

No sé, y ni quiero saber. Lo único que se es que amo ese bar. Y aunque me he despertado en la esquina de Bleeker y Mercer sin cartera, sin llaves de mi casa, ¡sin mis lentes! <<Reputísimamadre>>… Aún así, les puedo decir una cosa: no tengo abuela.

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El comentario de Anónimo

Ficción: f. (lat. fibula). Acción y efecto de fingir. Creación de la imaginación: dejarse engañar por una ficción fabulosa.

Sería demasiado mamón de mi parte teclear al respecto. Pero bajo el fastidio de la gripa… mi mente sólo piensa en canalizar el hastío de una forma: chingar. Pero no lo haré (, tal vez).
Estimados lectores, hubo una transgresión de niveles embrutecidamente inimaginables en la sección de comentarios de una de las «Burbujas». Por respeto a la persona que firmó como Anónimo en «Mi cita con Amy Winehouse», procuraré informar al respecto de la manera más objetiva posible…
Anónimo no podía creer su suerte. Y cómo creerlo si durante toda su vida el azar era sinónimo de tragedia. La envoltura le cegaba su ingenua mirada con resplandecientes letras plateadas: «¡Felicidades! Usted a ganado un lugar dentro de La Burbuja de Aislamiento Sensorial. ¡Tendrá la oportunidad de escribir un comentario para que todo el mundo lo lea!».
«Usted». Nunca nadie le había otorgado una distinción tan aristócrata como esa. Anónimo corrió hasta donde su padre para contarle. Por supuesto que su padre no le contestó, ¿cómo podría? Don Anónimo era un pobre viejo encorvado que nació con la cabeza metida en el culo. Tal vez de ahí la inteligencia del pequeño Anónimo.
… 3, 2,… Así es, estamos de regreso. Y con ustedes, su conductor favorito… el señor Don Marco Benjamín Un Aaauto. [APLAUSOS]
-Este es el momento de la verdad, Anónimo.
El pobre de Anónimo no terminaba de asimilar la textura de las teclas cuando ya estaba empujándolas con descerebrado entusiasmo.
-No no, espera, jaja, a qué Anónimo este… Primero tienes que escoger una categoría.
Don Marco Benjamín Un Aaauto le explicó a Anónimo que su selección debe de hacerla con el mouse [¿il qui patrón?. Sí, el ratón, el aparato que está…]:
*Cine.
*Ficciones. CLIC
*Lifestyle.
*Música.
*Media.

*Alguien escribe sober mí Parte I.
*Mi cita con Amy Winehouse. CLIC
Anónimo no podía contener la emoción. Después de leer la burbuja, e inspirado por una mezcla de descripciones Proustianas/Carpentierinas…, dejó el siguiente comentario para la posteridad: inventooooooooooooooooooonnnnnnnnnnnnn.

Me quito el sombrero ante la pleonástica capacidad deductiva de Anónimo: «Mi cita con Amy Winehouse» es un invento…
Mi chingón.