José Carreño Carlón: Tres virus sobre México

Información extraída del Universal en Línea: http://www.eluniversal.com.mx/opinion.html

 

Ya se sabe que nuestras percepciones de la emergencia están determinadas por la cultura mediática. Más de un siglo de imágenes de cine y más de medio siglo de televisión han construido algunos de los referentes básicos de un imaginario colectivo global.

 

 

En un primer momento, desde Madrid o Londres se pudo percibir a un México solitario en su indefensión ante el ataque viral, como aquel poblado californiano de la película Outbreak, llamada aquí Epidemia. Sólo que, en unas horas, la construcción mediática mundial de nuestro país agregó al tema de la inseguridad criminal el de la influenza porcina. De manera que la imagen de México se convirtió en un lugar en el que, al llegar, si no eres secuestrado ni alcanzado por la bala perdida de algún tiroteo, seguro caerás abatido por el nuevo virus.

 

En un segundo momento, cuando el mal se extendió por el mundo y Washington decretó “una emergencia de salud pública de preocupación internacional”, los referentes escalaron a las escenas de plagas encaminadas a someter a la humanidad entera, por ejemplo, las secuencias de la cinta Twelve Monkeys o los capítulos de la clásica serie de televisión británica La amenaza de Andrómeda.

 

Cada sociedad nacional pasó entonces (con sus medios) a centrarse en sus propias preocupaciones y acciones para ponerse a salvo. Pero hay actores y medios de países como España, Estados Unidos y Argentina, que aparecen dispuestos a erigir a México en un “pánico moral”, cono llama Stanley Cohen al país, etnia, religión o persona en que los medios tienden a concentrar las causas de la preocupación generalizada ante un suceso significativo como el de la epidemia en curso.

 

Virus globales

 

Una visión más justa, real —y por tanto más dramática— del escenario mundial de emergencia puede encontrarse; sin embargo, en un sitio en red como Dot Earth, que ubica la epidemia en el escenario de nuestro pequeño planeta, estrechamente tejido con redes de transportación que transmiten en unas horas virus como el aislado inicialmente en California pero que ha desatado sus peores efectos en nuestro país.

 

Y no es que necesariamente la globalización se haya vuelto viral, como escribió ayer David Brooks en The New York Times. Como lo han traído a cuento todos los que han recapitulado ahora sobre las epidemias de otras épocas, aunque el término no se usara, los virus siempre se han globalizado.

 

En todo caso, lo nuevo de hoy, junto a las rápidas mutaciones de los virus, es la velocidad con que éstos cubren el planeta en unas cuantas jornadas, transportados por vía aérea a través de legiones de migrantes.

 

La otra novedad, por supuesto, está en la forma acelerada con que los medios de comunicación despliegan instantáneamente por el planeta su capacidad informativa sobre la emergencia, al lado de su potencial de generar y generalizar las más graves preocupaciones por el mundo, en una esfera pública también globalizada.

 

Virus canallas

En estas condiciones, a la lucha por detener la multiplicación de las víctimas del primer virus, el de la influenza, el gobierno de México aparece hoy en lucha por detener un segundo virus, el del pánico moral con que se pretende castigar al país afuera, además de la lucha por contener un tercer virus, ese sí, de cepa netamente nacional: el de la incredulidad en la información pública, lamentablemente alimentada por motivaciones políticas.

 

Si por su denominación de origen el virus de la influenza se conoce como swine flu, gripa del cerdo o porcina, los virus del pánico moral y de la incredulidad aparecen como virus canallas, en el sentido en que —lo mismo en inglés que en español— las palabras cerdo o puerco, y sus variaciones, con las de cerdadas o porquerías, se aplican coloquialmente a acciones canallescas: ruines o miserables.

 

Sería de esperar que la propia emergencia, con el consistente esfuerzo de comunicación desplegado por el gobierno, termine por controlar también estos virus canallas de alto potencial destructivo, comparable al de la influenza que ha caído sobre México.

‘Burbujeando’ por Grita Radio

En ocasiones las burbujas se amontonan, formando comunidades; en otras tantas se convierten en gigantes esferas tornasol que envenenan los ojos de los lectores con ocio; y, en muchas otras ocasiones contienen sonidos que rondan eternamente dentro de estas burbujas que no los dejan salir… Se la pasan observando el deterioro sonoro de su rostro (y rastro) dentro de aquella cápsula de aislamiento. Pero de vez en cuando… truenan; reproduciendo un código amorfo incapaz de ser traducido por este blog, pero que viaja a lo largo y ancho de la red buscando una voz… un grito.

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Grita, comenzó siendo hace 8 años un programa de radio encargado de difundir rock en nuestro idioma, termino su ciclo y se refugio en Internet en donde dejó de ser un programa para convertirse en una radio 24 horas al día de música alternativa. Se sumó un equipo editorial, área de programación, promoción, producción, locución, desarrolladores web…

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Bob Dylan, un héroe que no será vencido por el tiempo.

        La oscuridad, oráculo que nos situaba la proximidad del maestro, se hizo presente al escuchar el descoordinado sonido de las primeras palmas, impacientes por encontrarse con el <<poeta>>. Puntual. 8:33pm, indicaba el insatisfecho reloj digital de mi teléfono celular. Dylan inició el concierto con lo que parecía a la distancia -Balcón, Q, 30-, una ‘strato’ que traducía la dialéctica de sus lánguidos dedos. Está de más decir que a su aparición, el rugido de aquél enorme pero mutilado -por el tráfico, y, por los altos precios-, monstruo de diez mil cabezas, se hizo presente. Dylan, plantado como la flecha orientadora que sostenía aquella brújula apuntando hacia el norte comenzó el ritual, y, cuando se tiene a un héroe enfrente, no se le puede trivializar con el término <<concierto>>.
Al sonar las primeras notas, no supe qué esperar, no supe cómo comportarme ante aquél momento tan emblemático que estaba a punto de transgredir mi cómodo e inerte universo de indie-rock-alternativo-chido-one-punk-amorcito-corazón-progre-yeah-yeah; como una jovencita a punto de ser ‘destapada’, traté de repasar rápidamente mi plan que con años y años de educación -y en algunas ocasiones, reeducación- musical, me habían permitido precisar una estrategia perfecta para disfrutar un momento tan legendario como este, pero lo único que pude hacer fue apretar y recibir.
El joven soñador detrás de aquella máscara de gurú, de 66 años, con esbelta figura vestida de negro, botas vaqueras; y flanqueado por sus cinco secuaces que, a su vez, estaban enfundados con playeras negras y trajes mostaza claro -lo mismo pude haber dicho: púrpura con motas doradas; el territorio del color me es ajeno, cual estado de sobriedad- , me penetraba de tal forma, que sólo quedaba ponerse flojito.
Con contundencia melódica y un aura de eclesiástica poética musical, navegamos por los mares rítmicos de un Dylan que no será vencido por el tiempo, ni mucho menos por facetas musicales en boga que se comercializan en nuestros días. Con una errática, pero a su vez, con una parsimonia jovial, Dylan contraía sus piernas y sus pies, rígidas manecillas de la brújula situada debajo de sus plantas with no direction home.
Nebulosas entonaciones, garrasperas y, uno que otro gallo, fue el repertorio teatral de las cuerdas vocales de Dylan, abrupto, como sincero. La pasión desbocada de su taciturna figura, debajo de los reflectores -tres tipos de luces, sobriedad absoluta que me hizo recordar el raquítico ambiente luminoso: rojo, amarillo y verde, del auditorio de mi secundaria donde, con la precoz actuación de mis compañeros, se le daba vida a las líneas de Neil Simon-, pasión pura.
¿Acaso era necesario entender las letras? ¿Acaso era necesario entonar sus famosas palabras al ritmo de sus camaleónicos nuevos arreglos de Like a Rolling Stone o Blowin in the Wind? ¡Claro que no! Conocí a una mujer de frondosa cabellera enigmática y ojos tan profundos como los solos de Frank Zappa que me daría la razón: <<es un gran poeta y compositor, ¿su voz?, su voz qué>>. Claro que uno de ustedes me está contestando: sí, sí importa; después me enumeraría de manera canónica, sus subversivos y novedosos conceptos musicales… Si ustedes creen que el sentimiento de Dylan no es lo suficiente para reconocer su calidad de héroe, es porque entonces nunca han escuchado al <<chaparrito>> de la cantina el Centenario que, con su National Style 0 Resonator de la muerte, ejemplifica la extraordinaria fusión entre la ejecución y el sentimiento, siendo, la primera, ‘para llorar’, y, la segunda, para llorar.
Extasiados al final, todos salimos por las mismas puertas, ensimismados en nuestra resonancia ‘Dylanesca’ que aún murmuraba -gracias a una gran acústica del lugar- en nuestros oídos y mentes. Al final, todos salimos a la gélida realidad de la noche to be on our own, again.